Gemidos

Oigo gemidos... mis propios gemidos. Mi movilidad es limitada y el esfuerzo que hago por moverme es casi sobrehumano. Dejo escapar el aire de mis pulmones y caigo de nuevo. Ahora agonizo. La boca me sabe a sangre y a vino. Vino con el que me embriagó aquella noche el hombre de dulces palabras. Ya lo recuerdo... nos conocimos en un bar, con música a un alto volumen pero sin mucho barullo. Lo justo para hablarnos al oído. Sus palabras me estremecían a la vez que me seducían por la cercanía de su respiración en mi cuello. Me invitó a su piso, al que tuvimos que ir en coche por no estar muy cerca. Me sonreía y tonteábamos. Al llegar al piso bebimos aquel vino que e trajo al descontrol. Me cuesta respirar. Nos sentamos en el sofá y nuestras manos fueron deslizándose al ritmo de una melodía que empezó a sonar en el reproductor del salón. Gemía de placer y pensé que sería una noche que nunca olvidaría. De pronto empezó a ir más rápido y con más violencia más frenéticamente y parecía que el ritmo de la música se aceleraba con él. Grité ¡Para! ¡Para! ¡Para! Y no paró... dolía y forcejeamos. Me dio un segundo e intenté escapar. Ebria como estaba y apenas sin ropa, perdida en una zona de la ciudad que apenas conocía llegué al balcón por equivocación y desde un segundo piso aquel hombre me empujó... y caí. Entre cajas y basura, ahora lucho contra el sueño eterno. Mi respiración cada vez más entrecortada mis gemidos cada vez más ahogados y mis lágrimas me van quemando la piel mientras deseo que todo esto acabe.


No estoy triste, más bien llevo unos días muy contenta y bueno, esa es la razón de no haber escrito antes. Un besito, Shaisha.