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Aquella noche parecía tranquila. Arranqué mi taxi y me dirigí por la calle oscura donde las chicas jóvenes suelen andar tomando algo, bailando o buscando un taxi como el mío. Como todas las noches aquella chica, no tan jóven de apariencia, se acercó a mi taxi. Vestía una minifalda roja con una camiseta negra con un corazón. Llevaba una chaqueta negra te tela y cuello de camisa. Varios cinturones rodeaban su cadera y su pelo se ondeaba, al igual que su falda, con el suave viento nocturno. Paré y ella toco a mi ventanilla. Abrí la puerta y al ver sus piernas sentí un calambre en mi pecho. Dijo que quería ir a casa, que no había tenido buen día y que necesitaba tomar algo tumbada en su cama. Se sentó deslizando por encima de la mitad de su muslo la falda y yo encantada, la acompañé admirándola silenciosamente. Iva conduciendo cuando un borracho comenzó a cruzar la calle. Le grité de todo, pues gente como ellos se merecen este trato y me respondió con que era una golfa irrespetuosa. Gajes del oficio. Al llegar a su calle, me dí cuenta de la hora y de que mi turno se había acabado, pero seguía embobada con sus piernas. Me dijo que si quería entrar, que no la vendría mal algo de compañia. Hablamos toda la noche hasta que me acerqué a ella y la besé. Agarré su cintura aparte su pelo y nos lanzamos a la cama. Nuestra ropa volaba por la habitación como si despidiesemos llamas de nuestra pasión. Y sus piernas... hay sus piernas... se movían entre las sabanas rodeándome y enredándome en el juego del amor. Dormimos abrazadas bajo la cálida manta del cariño y la seguridad. A veces no debemos pensar tanto las cosas, y debemos dar el paso... es así como nos llevamos las sorpresas... no intentes calcular el resultado.