11 noviembre 2009

Grilletes de huesos

A penas sale de su celda, caminar le cansa. Un pequeño esfuerzo, un dolor agudo, las pastillas. "Creo que mi cuerpo se está acostumbrando a ellas". Recorre la estancia inquieta, hay tanto que hacer. Se detiene, descansa, desespera, se siente sola y sin fuerza. Desearía que la ayudasen, que la escuchasen. No quiere estar ni sola ni acompañada. O no sabe lo que quiere. Lo único que ve es el ir y venir de unos fantasmas. El primero no la soporta, se irrita, no la entiende. Ella nunca acierta con él; él nunca confía en que acierte. Fuma un cigarro en el baño. La otra se queja del humo; se pasa el día fuera o frente al ordenador. La echa de menos de muchas formas distintas. Ella se preocupa, siente rabia y alegría; el fantasma procura no alarmarla.
Acude a diario a rehabilitarse, algo que no sólo le cansa, sino que le recuerda que está encadenada, que no puede moverse todo lo que quisiera, que le falta libertad. Pero es fuerte, y cada día encontrará nuevas formas de adaptarse. Porque es lo único que puede hacer.